Nací en Barcelona, en la calle Consejo de Ciento, en plena retícula del ensanche, muy próximo a la Casa Batlló de Gaudí y de la Pedrera, con edificios de gran contención volumétrica, con la singularidad del templo de la Sagrada Familia. Recuerdo el día de Reyes, estrenando mi primera bicicleta en el Paseo de Gracia delante de la Casa Batlló. En la calle Consejo de Ciento se concentraron a finales de los años 80 y 90 cerca de 40 galerías; supongo que ello habrá influido en mi vocación pictórica. Mi pintura se enclava dentro de la tendencia denominada abstracción lírica.

Estudié arquitectura en Barcelona, el primer libro de arquitectura que adquirí fue una monografía muy sencilla llamada paperback de Alvar Aalto, en el segundo curso tuve de profesor a Rafael Moneo que me enseñó a analizar un proyecto en profundidad. Era un hombre capaz de dar un ciclo de conferencias sobre Frank Lloyd Wright y un curso de doctorado sobre la evolución del Templo griego. Más tarde empecé a trabajar con el arquitecto Barba Corsini, un hombre que irradiaba arquitectura y que hablaba siempre de que la arquitectura debía funcionar y a la vez emocionar y que la arquitectura consiste en la creación del ambiente humano adecuado que por medio de los sentidos externos se emocione favorablemente los sentidos internos. Fue para mí un maestro, decía que la arquitectura es una cuestión de sensaciones. Tuvo reconocimiento internacional por la rehabilitación de los lavaderos y trasteros situados en la buhardilla de la Pedrera en modernísimos apartamentos. Durante los estudios me interesé por los edificios de José Antonio Coderch que construía unos edificios maravillosos a mi alrededor.

Más tarde conocí al pintor Bayod Serafini que estaba investigando sobre lo que él denominó sensología o ciencia de las sensaciones: creía en el arte como producto de sensaciones que no pueden ser leídos en el campo de los conceptos. Años después publicó el libro El Arte de Sentir: En vez de ver, mirar. En vez de oír, escuchar. En vez de olfatear, oler. En vez de gustar, degustar. En vez de tocar, acariciar. Pensar es describir, pero sentir es vivir. Con su influencia pasé a sentir el entorno, a sentir la arquitectura. Empecé a elaborar mi tesis doctoral sobre el expresionismo abstracto y la arquitectura de Alvar Aalto que defendí ante un tribunal presidido por el poeta Premio Nacional de Poesía, Joan Margarit.

A raíz de mi tesis sobre Alvar Aalto entré como profesor invitado en la Escuela de Arquitectura de Barcelona y estuve 8 años dando un curso de doctorado titulado “La Arquitectura de Alvar Aalto”. La clase de despedida la di en casa de unos amigos que vivían en la Pedrera; la clase la dimos en el comedor y fue una experiencia magnífica. Fuimos a celebrar el final del curso en el barrio de Gràcia, la mayoría de los estudiantes eran extranjeros y les sorprendí con un arroz negro de sepia con su tinta, cosa que no habían visto en su vida.

Posteriormente me fui interesando por las publicaciones de Juhani Pallasmaa; «Los ojos de la piel» fue un verdadero impacto para mí y empecé a imbuirme de la visión experimental y fenomenología de la arquitectura. Experiencial porque está basada en la experiencia vivida y fenomenología porque está basada en la percepción. Recuerdo que, durante mi estancia en Roma, estaba en un hotel cercano al Panteón, esto me permitió poder entrar en él a diferentes horas del día, y cada vez que entraba podía observar un Panteón diferente porque la luz que penetraba a través del óculo iba variando y eso lo hacía diferente. Entiendo que la arquitectura además de forma y espacio, es vivencia, emoción y existencia. En definitiva, me interesa una arquitectura para ser vivida y no sólo contemplada.