En la era de la globalización, la arquitectura se enfrenta a un desafío complejo: cómo ser contemporánea sin perder la conexión con el lugar, su historia y su paisaje. El crítico Kenneth Frampton lo define como la tensión entre la universalización —con sus ventajas y riesgos— y el respeto por la cultura local.
Frampton observa cómo, en cualquier parte del mundo, nos encontramos con los mismos materiales industriales, los mismos diseños repetidos y, a menudo, una falta de identidad que diluye la esencia de los espacios. Ante este fenómeno, propone el concepto de regionalismo crítico, que busca integrar naturaleza y cultura, tradición y modernidad, en un equilibrio respetuoso y significativo.

Vivienda en Caminha
Arquitectura que dialoga con el entorno
Algunos proyectos ejemplifican esta filosofía. El arquitecto Eduardo Souto de Moura, por ejemplo, diseñó una vivienda en Caminha adaptándola a los bancales de cultivo, integrando la piedra y la topografía como elementos narrativos de la arquitectura.
En Santiago de Compostela, Víctor López Cotelo llevó a cabo la rehabilitación de la Vaquería Carme de Abaixo, creando un conjunto residencial que conecta lo rural y lo urbano, lo natural y lo construido. El resultado es un espacio que respeta la memoria del lugar y la transforma sin imponerle una identidad ajena.
En Cadaqués, la obra de Peter Harnden y Lanfranco Bombelli, junto con la influencia de J.A. Coderch, demuestra cómo la arquitectura mediterránea puede renovarse sin perder su esencia, inspirándose en la tradición marinera y la arquitectura blanca de las casas de pescadores.
Estos ejemplos nos recuerdan que modernizar no significa borrar el pasado, sino construir sobre él, encontrando un lenguaje arquitectónico que hable tanto al presente como a la memoria colectiva.

Vaquería Carme de Abaixo
Global y local: una paradoja creativa
El filósofo Paul Ricoeur expresó esta paradoja con una pregunta esencial:
«¿Cómo llegar a ser moderno y, al mismo tiempo, regresar a las fuentes?”
Esta reflexión invita a los arquitectos a mirar hacia adelante sin olvidar la cultura que da sentido a cada lugar. Así, un edificio no debería responder solo a una tendencia global, sino también a las condiciones climáticas, lumínicas y culturales de su entorno.
Por ejemplo, crear un solar plano en un terreno inclinado, sin considerar la topografía, supone ignorar el paisaje y romper el vínculo con la naturaleza. La arquitectura consciente se manifiesta en los detalles constructivos y en el diálogo entre materiales, estructura y contexto, generando una poética tectónica que se percibe tanto con la vista como con el cuerpo: la luz, la sombra, la temperatura, los aromas y la textura de los materiales.
La fuerza de la sutileza: arquitectura atenuada
No toda gran arquitectura se impone visualmente. El arquitecto y ensayista Ignacio Solà-Morales defendía la idea de una «arquitectura débil», una arquitectura humilde y sensible que, lejos de buscar protagonismo, se integra de forma casi invisible, adaptándose a lo temporal y lo frágil.
Un ejemplo de esta filosofía es el trabajo de SelgasCano en el Auditorio y Palacio de Congresos de Cartagena, El Batel, donde gran parte del edificio se construyó bajo rasante para minimizar su impacto visual. También en la Casa en La Florida, se respetaron todos los árboles existentes, ubicando la vivienda en un claro natural y logrando así una integración armoniosa con el paisaje.
Este enfoque demuestra que la buena arquitectura no necesita imponerse, sino acompañar, potenciando lo que ya existe y fomentando la conexión emocional entre el espacio y quienes lo habitan.

Casa Fasquelle
Arquitectura que se siente, arquitectura que pertenece
En palabras de Frampton, «pertenecemos al lugar que habitamos”. Los grandes maestros como Alvar Aalto, Jørn Utzon y Tadao Ando han demostrado que la verdadera modernidad no está reñida con la identidad local. Sus obras son ejemplos de resistencia frente a la homogeneización global, celebrando el espíritu del lugar mediante el respeto al contexto, la luz y la cultura.
En Criteria Arquitecthos creemos en esta visión: diseñar espacios que no solo se vean, sino que se sientan, que conecten con el territorio y las personas, y que dejen una huella duradera, no por su espectacularidad, sino por su autenticidad.