«La percepción nos da las soluciones correctas. Yo sé que uno puede usar el ordenador para descubrir, pero lo que produce es forma; puede ser escultura, pero no necesariamente arquitectura. Hay tanta obra actualmente que es diferente simplemente por ser diferente. Creando arquitectura subida de tono que simplemente te grita».
— Glenn Murcutt
En las últimas décadas, hemos asistido a una tendencia en la que gran parte de la producción arquitectónica busca impactar visualmente: edificios diseñados para ser fotografiados, para sorprender por su originalidad formal o por su escala monumental.
El crítico William J. R. Curtis lo ha denunciado en numerosas ocasiones: la arquitectura se está reduciendo a «imágenes superficiales y gestos grandilocuentes». Ejemplos como la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela, el Palacio de Congresos de Córdoba o la plaza de la Encarnación en Sevilla ilustran esta deriva: proyectos que, por desmesura o desconexión con el entorno, acaban generando rechazo en la ciudadanía.

Palacio de Congresos, Córdoba.
La pérdida de las raíces
El arquitecto y teórico Juhani Pallasmaa lo sintetiza con claridad: «La arquitectura no es un arte visual, sino vivencial, emocional y existencial». Sin embargo, gran parte de la arquitectura contemporánea parece olvidar esta dimensión, quedándose en una estética que impacta, pero no enriquece.
Peter Zumthor plantea la pregunta esencial: «¿Por qué en arquitecturas recientes encuentra uno tan poca confianza en las cosas primigenias que constituyen la arquitectura?» Para él, esas raíces están en los materiales, la construcción, la luz, el vacío, el olor, la calidez, la sensualidad y la serenidad. En definitiva, en todo aquello que hace que un espacio se habite y se recuerde.
Arquitectura fotogénica vs. arquitectura vivencial
En la era de la fotografía y las redes sociales, se tiende a valorar los edificios por lo fotogénicos que resultan. El arquitecto Helio Piñón critica esta tendencia con dureza, refiriéndose a ella como «dandismo plástico»: una elegancia aparente que esconde incoherencia y ausencia de verdad constructiva. Es una arquitectura que se queda en la superficie, en lo vistoso, pero que no resiste el paso del tiempo ni genera experiencias significativas en quienes la habitan.

Plaza de la Encarnación, Sevilla.
El diseño como responsabilidad social
El arquitecto finlandés Alvar Aalto, desde su profundo compromiso con la sociedad, advertía sobre los riesgos de un diseño exagerado. Para él, la arquitectura debía ser capaz de acompañar la vida humana en su complejidad: «La vida humana es una combinación de tragedia y comedia; las formas y los diseños que nos rodean son la música de acompañamiento (…) Todo diseño exagerado supone algo más que una burla hacia los demás».
Aalto defendía una arquitectura capaz de crear armonía, no estridencia; una arquitectura moralmente responsable, que ayude a las personas a vivir de forma más plena y natural.
En conclusión, la arquitectura vivencial es aquella que se experimenta con todos los sentidos, que acompaña a las personas y dialoga con el entorno. Frente a la tentación del espectáculo y lo inmediato, los grandes maestros nos recuerdan que la buena arquitectura es la que emociona sin necesidad de gritar, la que deja huella porque se integra en nuestra memoria y en nuestra vida cotidiana.