En el año 1983, el arquitecto Charles W. Moore y el escultor de ornamentos de arquitectura Kent C. Bloomer, con alguna aportación del también arquitecto Robert J. Yudell, todos profesores de la Escuela de Arquitectura de Yale, escribieron el libro “Cuerpo, memoria y arquitectura” para los estudiantes del primer curso.
Desde los años sesenta los profesores enfocaron la arquitectura teniendo en cuenta la forma en cómo experimentamos los edificios, como un paso previo para empezar a proyectarlos. Los edificios nos afectan emocionalmente causándonos toda clase de sentimientos.
Las personas situamos nuestra imagen corporal dentro de una envoltura tridimensional que rodea el cuerpo y separa el espacio personal interno del espacio extra-personal externo. El psicólogo Seymour Fisher estudió las cualidades de esta primera envoltura psicológica que puede ser obstaculizada y penetrable en función de la resistencia que ofrecen. La unidad constructiva más elemental es el edículo constituido por cuatro columnas como soporte de una cubierta que forman un dosel o baldaquino.
Charles W. Moore construyó su casa en un terreno cercano a la bahía de San Francisco, en una zona soleada y llena de robles. Utilizó columnas de madera procedentes de una vieja fábrica y la forma de cabaña cuadrada como elementos de rememoración mítica. Dentro, dos conjuntos de cuatro columnas forman dos edículos con cubiertas piramidales.
Los autores constataban que no se había atendido a la capacidad perceptiva y emocional específica del ser humano.
La arquitectura según ellos era “un arte social y sensible que da respuesta a los auténticos deseos y sentimientos del hombre”. Además afirmaban que no se deben relegar las cualidades policromáticas y tridimensionales de la experiencia arquitectónica. Hacen hincapié en que la arquitectura no es un arte visual abstracto sino un arte corporal. “Nosotros entendemos que el sentido tridimensional, que es el más fundamental y memorable, tiene su origen en la experiencia corporal y que es este sentido el que puede servirnos de base para la comprensión del sentido espacial que experimentamos en los edificios que denominamos sentido háptico”.
La empatía
El texto también estudia las relaciones entre los aspectos privados y públicos de la teoría de la imagen corporal y el movimiento del cuerpo humano. El filósofo Robert Vischer introdujo en 1872 el término empatía (Einfühlung) consistente en la unión emocional que se produce entre una persona y un objeto exterior; observó que la experiencia de objetos abstractos podía despertar sentimientos análogos a las tormentas, las puestas de sol o los árboles. Definió que la empatía con los objetos personales se produce cuando proyectamos sobre ellos nuestras emociones personales.
En el caso de los arquitectos, los objetos personales son escenarios arquitectónicos. Los sentimientos del artista al insertarse en la obra de arte se convierten en el contenido de la obra de arte. La belleza es la empatía positiva y está donde se produce el encuentro con el objeto. La fealdad o empatía negativa está donde se produce el rechazo del objeto.
El historiador Geoffrey Scott, en su obra Arquitectura del humanismo de 1914, se refiere a la empatía del cuerpo: “El peso, la presión y la resistencia forman parte de la experiencia normal de nuestro cuerpo, y es el instinto mimético inconsciente el que nos hace identificarnos con un peso, presión y resistencia análogos a los que poseen las formas que vemos”.
El psicólogo James J. Gibson partía de que los sentidos no eran meramente perceptivos sino que eran sistemas activos que recogían constantemente información del exterior; además de los cinco sentidos que nombra Aristóteles, Gibson añadió el sistema de orientación y el sistema háptico que intervienen en nuestra comprensión de la tridimensionalidad, clave para la experiencia arquitectónica.
El sistema de orientación y háptico
El sistema de orientación hace relación con lo que está en el suelo o en el techo, a la derecha o a la izquierda, y es un sentido fundamental de cara a nuestra percepción sensible.
Gibson (1966) define el sentido háptico como la percepción del individuo del mundo adyacente a su cuerpo mediante el uso de su propio cuerpo.
El sentido háptico es el sentido del tacto del conjunto del cuerpo, es decir, el contacto corporal. Percibimos un objeto con la mano, contactamos físicamente con un sendero con el cuerpo sintiendo al momento en las articulaciones y los músculos la sensación que se acrecienta a medida que avanzamos por la montaña.
Como dice el autor: “Ningún otro sentido está relacionado tan directamente como éste con el universo tridimensional ni conlleva una capacidad semejante para alterar el ambiente en el mismo proceso de su percepción, es decir, éste es el único sentido que tiene que ver simultáneamente con el sentimiento y con la acción”.